La importancia del lienzo, que se conserva en Turín desde 1578, radica en que todo hace suponer que se trata de la sábana que cubrió el cadáver de Jesús de Nazareth.
Por estos días de Semana Santa, resulta muy apropiado referirse a un tema como el de la Sábana de Turín. En particular, según lo aborda un pequeño –pero muy completo- libro, escrito en estilo sencillo y ameno por el jesuita español, Jorge Loring. Nos dice su autor que esta sábana “es una pieza rectangular de lino, color marfil, tejida en forma de espina de pez … amarillada por los siglos”. Sus medidas actuales son 437 cm de largo por 111 de ancho, y su peso es de 2.47 kgs.
La importancia de este lienzo, que se conserva en Turín desde 1578, radica en que todo hace suponer que se trata de la sábana que cubrió el cadáver de Jesús de Nazareth, cuyo cuerpo quedó reflejado o estampado en la tela, pues su figura se alcanza a apreciar claramente como si fuera un negativo fotográfico. La tradición ha establecido que corresponde al sudario de Cristo, recogido inicialmente por el apóstol Pedro, aunque, ciertamente, precisa el autor, “los primeros documentos que se refieren a la Sábana Santa en Europa se remontan a los años 1389-1390. Desde entonces -aclara Loring- existe una continuidad de fuentes y documentos más que suficientes para seguir la tradición”.
En 1973, el papa Paulo VI dijo de esta sábana que “es la reliquia más importante de toda la historia de la cristiandad”. Por ello, en cuanto objeto, ha sido “el más estudiado en toda la historia del hombre”. Así, en su tiempo, “el papa Pío XI encargó a la Academia de Ciencias de París que hiciera un estudio científico de esta sábana” y se llegó a la conclusión de que es la misma que cubrió el cadáver de Jesús de Nazareth.
Posteriormente, otros científicos de las más diversas especialidades han efectuado numerosas pruebas y análisis, incluidos dos físicos de la NASA que, en 1970, hicieron una foto tridimensional de la sábana con resultados verdaderamente sorprendentes. Todos habían señalado que se trata de una tela del siglo I procedente de Palestina. Hasta que en 1988 fue sometida al método del carbono 14 por tres laboratorios localizados en Suiza, Inglaterra y Estados Unidos.
Dice el padre Loring “que algo inesperado (sucedió) para los que sostenemos la autenticidad de la Sábana Santa”, pues el resultado de la prueba del carbono 14 dató el lienzo entre los años 1260 y 1390. Sin embargo, sostiene el autor que no se trata de algo definitivo ni indiscutible. Y al efecto proporciona al lector abundantísimos argumentos para rebatir tal resultado. Entre otros, el testimonio del doctor Williard Frank Libby, de la Universidad de Chicago, receptor del Premio Nobel precisamente por haber descubierto el método del carbono 14, quien ha dicho que éste no se puede aplicar a la sábana por haber operado sobre ella fuentes radiactivas, justo las que provocaron que sobre la tela quedara grabado el cadáver de Cristo. Salvo esta explicación, es decir, por un proceso de radiación, no existe hasta ahora otra científicamente posible, que hizo que se recargara el carbono 14 de la sábana, “rejuveneciéndola”.
Asimismo, apunta Loring, son conocidas en los círculos científicos las frecuentes fallas del método del carbono 14. Menciona que al aplicarse a unas conchas de caracoles todavía vivos, se les calculó una antigüedad de 26 mil años. En otro caso, sucedió que siete rocas de la era terciaria resultaron mucho más antiguas que la propia Tierra. En fin, sobre la autenticidad de la Sábana de Turín, este libro vuelve el ánimo a aquellos que lo perdieron luego de conocer los resultados de la prueba del carbono 14, aplicada hace 36 años.